BERTA CÁCERES: mujer, indígena, feminista, ecologista y asesinada.

Cuando en 2018 me tocó acompañar a una delegación parlamentaria a un viaje a Honduras en el que la Comisión de Cooperación Interancional para el Desarrollo del Congreso iba a conocer de primera mano cómo se estaba desarrollando el trabajo que sobre el terreno realiza el Comité Internacional de la Cruz Roja, nunca antes me había sentido tan inútil.

Mientras nuestras parlamentarias hacían su trabajo, yo hablaba con una de las personas de la delegación, miembro del CICR, y se lo contaba: “me siento inútil”. Estaba desbordada por la intensidad que supone cambiar tu asiento cómodo de avión por un ritmo vertiginoso de experiencias ajenas a mi aburguesamiento blanco europeo: en seis días atravesamos la morgue del Hospital de Tegucigalpa, visitamos proyectos de cooperación en Comayagua, asistimos en un centro de retorno de migrantes a una tristísima devolución de personas desde la frontera con México (36 horas en un autobús que no hace paradas), una cárcel de mujeres, asociaciones de madres que buscan a sus personas desparecidas, enseñándote de golpe qué es una mara, qué hace sobre las personas y cuánto dolor genera en esas madres, abuelas, tías. Incansables, pero a veces también inconsolables. Y fuertes como nadie; con una dialéctica y un nivel de organización colectiva que está a años luz de cualquier movimiento social en España. Pero eso es otro tema.

Al otro lado del mundo, en medio de una de las regiones más violentas del planeta, en una melé de viaje y de emociones que me estaba poniendo en órbita, aquella persona balsámica me dio la clave: allí todo el mundo tenía un papel y no había nadie inútil; mi rol era sencillo: solo tenía que volver y contarlo. Llevo haciéndolo dese noviembre de 2018: hablo de Honduras siempre que puedo; no se me va de la cabeza (afortunadamente) y no pienso hacer nada por cambiarlo.

Una de las magias de esos días fue la de conocer a las hijas de Berta Cáceres. Porque yo sabía quién era Berta, porque si estás un poco al cabo de la calle de los feminismos en una cuidad como Madrid, sabes quién es Berta Cáceres. Porque un día te encuentras con que se han quitado de en medio a una activista por la vía del asesinato y te vuela la cabeza.

¿Quién era Berta Cáceres? Berta era una líder indígena lenca, activista feminista, defensora de los derechos humanos, ecologista hondureña cofundadora del COPINH (Consejo Cívico de de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras). Cáceres dedicó su lucha a la oposición al modelo extractivo del Proyecto Hidroeléctrico “Agua Zarca” de la empresa Desarrollo Energéticos Sociedad Anónima (DESA), que quería construir una presa arrasando vida. En 2015 ganó el Premio Goldman, máximo reconocimiento mundial que galardona a aquellas figuras que trabajan en la defensa de la naturaleza y los pueblos indígenas; una suerte de premio Nobel del activismo ecologista. Un premio dedicado a todas las rebeldías:


 El 2 de marzo de 2016 fue asesinada.

Berta Cáceres cuestionaba todo: los recursos de La Tierra (¿qué se está haciendo con el agua? ¿cómo explotan los acuíferos naturales las multinacionales? ¿cómo afecta a la desertificación de una de las zonas más ricas del planeta? ¿cómo frenar a las empresas madereras?), el (mal) trato a las comunidades indígenas, la situación de las mujeres, los feminicidios, la pobreza, el racismo. Era incómoda.

Un tribunal hondureño condenó a 7 personas por el asesinato de Berta Cáceres; sin embargo el COPINH sigue reivindicando que los verdaderos autores intelectuales de ese feminicidio aún no han sido juzgados, y apuntan directamente a DESA mientras siguen reclamando justicia para Berta (el hastag #JusticiaParaBerta sigue estando vigente en redes sociales, y en numerosas ocasiones sigue provocando un seguimiento masivo).

Hay varios documentales sobre su figura, pero yo os dejo este, porque es delicioso: Guardiana de los ríos 

Os animo a bucear en su historia, en su legado y en su presente porque hay mucha actualidad aún en esta historia. Honduras se considera uno de los países más violentos del mundo y sin duda uno de los más peligrosos para el activismo medioambientalista hoy.




 

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