CRISTINA Y NORMA, VENENO Y MARILYN: el poder de los márgenes.

Que mi vida está marcada en mucho por el consumo de productos culturales pop no es ningún secreto. Ni siquiera es un mérito o algo de lo que jactarse: necesito hacer pis de vez en cuando y también alimentar mi cerebro. En mi caso, los productos culturales son gasolina para las neuronas, me fascina la cercanía de lo pop y cómo me llega al centro del cuerpo sin retruécanos. No tiene mérito y no importa mucho, es así y ahora sirve para hacer esta tarea: para darle una vuelta a las discriminaciones, a la exclusión, a la injusticia. Al dolor. Y encima te formas, de verdad, un chollo.

En estos días, en las últimas semanas de este tiempo que nos ha tocado vivir y que generaciones futuras tendrán que estudiarse porque entrará en un examen -tal vez hubiéramos preferido no entrar en el examen de nadie y seguir teniendo una rutina simplona pero, ay, tan rica-, mis pensamientos vuelan hacia dos mujeres con las que me he estado viendo, encontrando, conociendo un poquito, con distancia física (de no ser así me hubiera muerto de miedo), concebidas y alimentadas desde los márgenes, desde la exclusión. Dos mujeres que han sufrido la discriminación sobre y en su cuerpo desde el primer minuto hasta el último: discriminación directa, indirecta, por error, por asociación, interiorizada (también, seguro), por la que sufrieron odio (con delito, claro, que no falte de nada). Probablemente hicieron de ello virtud, les dio de comer, les llenó la vida. Y probablemente se la quitó.


Marilyn Monroe nació en Los Ángeles, California, el 1 de junio de 1926 y se llamaba Norma Jean Mortenson; el 4 de agosto de 1962 era encontrada sin vida en su propia casa a causa de una sobredosis de barbitúricos aunque nunca sabremos qué sucedió realmente. Se especula con el suicidio, pero también es sabido que Marilyn esos días andaba más lúcida y vital que nunca. Jamás se había mostrado así al mundo.



Dos años después, Cristina Ortíz Rodríguez, La Veneno, nacía en Adra, Almería. Concretamente el 19 de marzo de 1964 y se llamaba José María; el 9 de noviembre de 2016 moría en un hospital madrileño tras ser encontrada en su piso con tales signos de violencia que tras cuatro días en coma, acabaron con su vida. Tampoco nunca se supo qué pudo suceder: sobredosis de drogas y alcohol, que sin embargo no explican la aparente paliza que llevaba encima.


Dos personas que nacieron siendo otras, vivieron en los márgenes y murieron sin dejarnos respuestas. ¿Qué más tenían en común? Muchísimas cosas: en primer lugar, los sueños. Eran mujeres soñadoras, poderosas por ello. Y eran extremadamente libres en su interior precisamente por eso también. 


Y luego viene todo lo demás: las infancias traumáticas, la importancia del sexo en sus vidas y cómo lo jugaron a su favor, la pobreza, el género (Veneno nunca se operó sus genitales y no por ello no era una mujer), el arte, la creatividad, el papel de sus egos (ellas se sabían importantes, sabían cuánto tenían que darle al mundo), los problemas de salud mental y, sobre todo, LA DISCRIMINACIÓN. La injusticia, la desigualdad, la marginación. El dolor.


Y esto es precisamente lo que les ha hecho pasar al imaginario colectivo como clichés: la rubia tonta y explosiva, la novia del mundo, la diosa de Hollywood o la actriz caprichosa, en lugar de la que leía constantemente, escribía poemas, reflexionaba, poseía una biblioteca inmensa, no paraba de formarse, se autoexigía hasta el paroxismo o buscaba en la intelectualidad coetánea el constante reconocimiento que probablemente la mató; la mujer libre que siempre supo qué quería, cómo lo quería, cuándo y cómo conseguirlo.


O, por otro lado, la travesti esperpéntica personaje del Mississippi (qué de letras dobles, ¿quién ha inventado esta palabra?), la que enseñaba su cuerpo en un late night a una sociedad que aún no había visto suficiente teta y coño en la época del destape, la prostituta del Parque del Oeste, la pobre mamarracha que traficaba con sus dramas familiares y de infancia a golpe de directo (madre y padre mediante), la travelo a la que metieron en la cárcel por estafadora (en el módulo de hombres) o la que salió de ella gorda como una bola, con la cara destrozada por las operaciones baratas e imposibles (pero que seguía exigiendo dignidad) en lugar de la que se enfrentó a un pueblo cerril que mientras la llamaba maricón se dejaba hacer felaciones por ella en la verbena de la virgen, la que rompió moldes mientras atravesaba la iglesia con regio porte con su minifalda para hacer la comunión, la que se enfrentó a palizas, vejaciones y humillaciones varias con la cabeza alta y su cuerpo de diosa, la referente para muchas mujeres trans que ahora si no lo tienen más fácil, igual sí que saben cuál es el camino; la de la placa en el (su) Parque del Oeste de Madrid (destrozada y restaurada -no sin esfuerzo- para mantener su memoria).


Joselito, Cristina, Norma Jean; Veneno y Marilyn fueron referentes desde los márgenes; construyeron su poder desde el dolor de ser señaladas por diferentes (como muchas personas lo somos); desde la discriminación sufrida construyeron sus personajes, aquellos que las hicieron vivir, los que las hicieron grandes. Y desde los que también murieron. 


Bucead en ellas, hay mucho hilo en esas madejas. Yo estoy en ello.


Podéis hacer un bautismo de buceo majo a partir del cómic de María Hesse, “Marilyn, una biografía; del documental Love, Marilyn” de Liz Garbus; de la película My week with Marilyn” de Simon Curtis, o de la serie “Veneno” de Javier Calvo y Javier Ambrossi, basada en la autobiografía de La Veneno “¡Digo! Ni puta ni santa, las memorias oficiales de La Veneno” escritas por la periodista Valeria Vegas, y cuyo reparto ha contado íntegramente con actrices transexuales en el papel de personas transexuales por primera vez en la historia del cine español.





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