De fusas, corcheas, silencios y negras.

La música es negra. 


Fin de la entrada.




Podría dejarlo así y ya estaría bien. Igual no me evalúan, pero como acto político tendría su punto. No obstante, igual razono un poco esto. 


Hay una cosa en esta vida de la que no podría prescindir y esa es la música. La música no se hace sola. Y en muchas ocasiones no siempre quien hace las cosas se lleva el reconocimiento y por alguna agenda oculta difícil de explicar sin hacer de esto un despropósito, el mérito se lo llevan otras personas (y generalmente otros personos). 


La Historia de la música, con su mayúscula, es un rollo tema enorme que tampoco viene aquí al caso desarrollar (no offense); pero si nos paramos a pensar solo en un trocito de esa Historia (que además puede que sea la que más te ha influido en la vida, ni que sea porque es la madre de todo lo que escuchas), igual toca hacer un poquito de justicia. Tampoco soy yo Juana de Arco, francamente, pero como esta semana lo suyo era señalar una figura, evento o hecho histórico relacionado con alguna forma o tipo de discriminación, creo que me toca hablar de por qué la música es negra pero casi nunca hablamos de que la música es negra. Y un poquitín mujer, qué casualidad, también es la música (ya estamos con el lío). Una cuestión que siempre me ha fascinado y a la que se da poquísima importancia.


La Historia de la música popular que podríamos llamar moderna, la que digamos comienza en el siglo pasado (el pasado es el XX, lo siento; pasó hace un tiempo pero empezamos a asumirlo ahora, así somos), a mí me han enseñado que nace de la desigualdad social. Es más, la cosa arranca en el siglo pasado del siglo pasado, esto es en el XIX en, pongamos, Nueva Orleans, donde la comunidad negra de personas esclavizadas arrancada de su madre África (porque por qué no, si son gratis), comienza a cantar mientras labora: está naciendo el blues


Está naciendo el blues en América del Norte, pero en Cuba se está fusionando con la música tradicional cubana y con la influencia española; en Jamaica con lo suyo para parir el mento, calipso que luego serán el reagge o el ska... para resultar que África es el motor musical del planeta. Y es que los patrones rítmicos africanos siguen presentes hoy en diversos estilos a través de una evolución loquísima.


Cuando entrado el siglo XX la comunidad negra sigue haciendo blues, poco a poco va a empezar a mezclar su música con instrumentos europeos, “de blancos”, y se va ir inventando variaciones que llevarán al jazz casi como forma de comunicación en oposición a la música clásica europea de los auditorios y salones de baile. De hecho, creo que no es ninguna locura señalar que el jazz era el trap de los años 20 del siglo XX. 


Con el jazz surgen sus variaciones: gospel, dixieland, boogie-woogie, de los que a su vez nacerán estilos aún más populares como el swing o el rock & roll y que poco a poco se va a ir convirtiendo en la corriente principal. Solo que no va a ser hasta que la comunidad blanca la reconozca y adopte como válida que va a empezar a ser tenida en cuenta.


Hasta que en los años 30 el jazz, que sigue siendo “música de salvajes”, no empieza a ser apropiado por los hipsters, aquellos blanquitos que comenzaban a reivindican esa música de negros y a reapropiarse de ella (hola, Rosalía), no se va a hacer masiva, popular. Ese desarrollo “blanco” del género es el que va a hacer que en poco tiempo se fueran llenando salones de baile por todo Estados Unidos de costa a costa (primero la Este, luego la Oeste, como en las pelis de vaqueros, pero haciendo swing-outs). Y aunque se iba haciendo masiva, conviene señalar que la intelectualidad musical seguía rechazando esta “nueva” música, que les pasaba un poco como a nosotras con lo del siglo pasado (y como nos pasa con el trap).


Pero eso venía de aquí:



Aunque Disney te haya enseñado esto:



En los 40 la cosa sigue cuajando, eventillos históricos aparte, y van surgiendo los grandes crooners, como Frank Sinatra o Chet Baker o las grandes orquestas como las de Glenn Miller o Benny Goodman, que ya son personas que nos van sonando. Y blancas. No digo que Count Basie, Duque Ellington, Ella Fitzgerald o Billie Holliday no nos suenen, pero llama la atención la facilidad con que sucede esa apropiación cultural (que por otra parte, no digo que esté mal) si no fuera porque estas personas son solo la punta de un iceberg absolutamente desconocido para el público general y del que raramente se habla (del iceberg).


Por ejemplo, si nuestra amiga Marilyn Monroe no hubiese cogido por banda al dueño del Mocambo para que su amiga Ella Fitzgerald cantase en aquel lugar de culto en el Los Ángeles del 54 a cambio de estar en primera fila viéndola actuar cada noche que ella ocupase el escenario, probablemente esa puerta hubiera seguido cerrada a cal y canto para una de las reinas del jazz de todos los tiempos. Y es que alegaba que el estilo no encajaba demasiado (y que era un poquito negra). 


Mientras sucedía aquello empezaba a despegar un estilo musical, de nuevo hijo de la misma fuente, del mismo lugar, fruto de esa hibridación con nuevos instrumentos. En el momento en que una guitarra eléctrica se incorpora al artista anteriormente conocido como jazz, nace el rock & roll. Y lejos de lo que tendemos a pensar, es un estilo que no, no tuvo padres: ni Chuck Berry, ni Elvis Presley, ni Buddy Holly fueron los padres del rock. El rock tuvo madre, se llamaba Sister Rossetta Tharpe y era, sorpresa, negra. Sister Rossetta hacía gospel. O eso decían. Atiende:




Ya me dirás a qué te suena.


Y de aquellos barros, estos lodos. Durante todo lo que sucedió en los 60 musicalmente hablando (inabarcable aquí porque en los 60 pasó de todo), podríamos seguir trazando líneas de conexión y sobre todo de desconexión con la música negra.


Por ejemplo, sin The Marvelettes los Beattles no se hubieran fascinado por el cartero; sin The Ronettes, Phill Spector no se hubiera clavado su primer wall of sound (luego vendría lo de clavar cosas a personas para matarlas); sin el rock & roll no llegaríamos al surf, al garaje o al punk, ya en los 70; sin el soul más puro de los 60 no habría Motown y sin Motown no llegaríamos al disco; sin el disco no saltaríamos a la electrónica; sin determinados patrones del gospel no habría hip-hop… (y sin Guille Milkyway esta entrada no existiría, pero se me va de tema).


Tirar de un hilo musical es perderse en una maraña infinita y deliciosa en la que puedes dejar una vida entera.  Probablemente no nos alcance la vida para señalar y devolver lo que la música le debe a la comunidad negra (a no ser que no salgas de tu casa como si por un giro brutal de guion estuvieras confinada por una pandemia). Pero habrá que empezar en algún momento.


¿O qué?




Comentarios

  1. Maravillosísimo post. Sin perder de vista el objeto del curso, una auténtica delicia.

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    1. Gracias por leerlo, Maite y por tu comentario. ¡Me alegro de que te haya gustado! :)

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