Que mi vida está marcada en mucho por el consumo de productos culturales pop no es ningún secreto. Ni siquiera es un mérito o algo de lo que jactarse: necesito hacer pis de vez en cuando y también alimentar mi cerebro. En mi caso, los productos culturales son gasolina para las neuronas, me fascina la cercanía de lo pop y cómo me llega al centro del cuerpo sin retruécanos. No tiene mérito y no importa mucho, es así y ahora sirve para hacer esta tarea: para darle una vuelta a las discriminaciones, a la exclusión, a la injusticia. Al dolor. Y encima te formas, de verdad, un chollo. En estos días, en las últimas semanas de este tiempo que nos ha tocado vivir y que generaciones futuras tendrán que estudiarse porque entrará en un examen -tal vez hubiéramos preferido no entrar en el examen de nadie y seguir teniendo una rutina simplona pero, ay, tan rica-, mis pensamientos vuelan hacia dos mujeres con las que me he estado viendo, encontrando, conociendo un poquito, con distancia física (de no...